La aventura laralaliana o una sospechosa lectura personal.Laralalá nació, sobre todo, del deseo, del goce; el problema es que es un proyecto unicelular; es decir, responde al deseo, la voluntad y demás subidas y bajadas de una persona. Esta cualidad, ¿no hace débil cualquier proyecto? En principio, parece que sí, de ahí que, desde el inicio, hayamos hecho hincapié en la continuidad, en la constancia: los tres primeros meses, tres ediciones, y al quinto mes, dos más. Sin embargo, apenas comenzábamos y ya nos topábamos con las venturas y desventuras que inevitablemente se encuentra todo proyecto y que, a fin de cuentas, es de lo que venimos a hablar.
En primer lugar, el
contenido. ¿Con qué lleno un
fanzine? Generalmente el contenido es anterior a la idea misma de una publicación; podría decirse que la primera, en cierta forma, determina la segunda. En el caso laralaliano, la idea era recoger material de la calle, sobre todo lingüístico, aunque sin dejar de lado muestras gráficas, de objetos, etc.; todo con el fin de hacer una lectura de la ciudad. Pero es evidente que se trata de una lectura sospechosa, sobre todo por ser
mi lectura: al ser yo quien escoge, quien discrimina entre lo que entra y lo que no en una edición, terminaba por construir un
perzine, esto es, un
fanzine personal que a su vez hace una lectura de su editor. ¿Me iba a detener al descubrir esto? Está claro que no, después de todo lo mismo sucede con, por ejemplo, la poética de un autor.
Sin embargo, a medida que avanzaba el proyecto, surgían nuevas ideas. Surgieron entonces ediciones creadas a una o dos manos, ediciones de dibujos, poesía visual y discursiva, entre otras. Más adelante, nos la tuvimos que ver con el problema de la
reproducción del original; y decimos «problema» porque hasta ese momento las fotocopiadoras universitarias se habían constituido casi en el único referente de dichas máquinas y, al menos en la experiencia que nos tocó, no era la mejor opción. Fue así que, entre idas, vueltas y horas libres de trabajo, sacamos la primera edición casi clandestinamente, evitando ser vistos sacando copias que nada tenían que ver con el trabajo que en aquellas oficinas se lleva a cabo.
Ahora bien, me parece necesario anotar que si recurrimos a esto fue porque, llegados a este punto, nos topamos con otro de los temas claves: la
relación inversión/ganancia.Desde los inicios nuestra intención fue lograr cubrir los gastos y tener así recursos para poder crear una nueva edición. Pero para bien o para mal, quizá pecando de ingenuos, nos olvidamos de lo que pudiéramos obtener en ganancias. Laralalá entonces nació, creció e intenta continuar sosteniéndose a sí misma. El problema es que para lograr esto es necesario construir una
red de distribución medianamente estable en el que cada punto funcione como un nudo donde, además de ubicar cada nueva edición, podamos ponernos en contacto aquellos interesados en el mundo de los
fanzines, ediciones cartoneras y demás ediciones artesanales; intercambiar creaciones, proponer encuentros de este tipo, etc. Estamos hablando evidentemente de lo que se conoce como
distro. Mientras tanto, toca seguir yendo a las universidades, a los conciertos, a exposiciones alternativas, bazares, correr la voz, usar el internet, etc. De todas formas, y como acabamos de decir, ya este encuentro es un gran, enorme paso en este sentido.
Por estos factores que acabamos de mencionar es que al momento de la reproducción de la primera edición obviamos recurrir a otros centros de copiado que, si bien nos daban la seguridad de la calidad, el costo haría mucho más difícil la distribución. Más aun si tomamos en cuenta que Laralalá sale a las calles de una ciudad que ni siquiera conoce la palabra
«fanzine», que ante un ejemplar titubea por no saber cómo nombrarla: revistica, librillo, hojitas… Pero ¿se puede culpar a la gente por esto? Está claro que no; más bien es necesario trabajar en una constante labor que podríamos llamar educativa, o quizá, con menos presunción, divulgativa, que contribuya a formar una
cultura alternativa[1] también estable.
Por otra parte, es necesario revisar, al menos en el caso específico de los
fanzines, hasta qué punto existe lo que podríamos llamar una
dependencia tecnológica. ¿En qué medida son indispensables las computadoras, los programas de diseño y maquetación, los escáneres, las impresoras, las fotocopiadoras e incluso las grapadoras de largo alcance? A decir verdad, creemos que un
fanzine es, incluso por naturaleza, un tipo de edición que puede hacerse con materiales que suelen estar a la mano. Por ejemplo, si no contamos con hojas tipo carta, se abre un enorme abanico de opciones: hojas de periódicos, de viejos cuadernos, de añejas guías telefónicas, de cartón, o si no, otra gran posibilidad: fabricar nuestro propio papel artesanalmente. Si no contamos con una computadora o con programas de diseño, podemos recurrir al siempre fiable método recorte-y-pega que está en la génesis misma de los
fanzines; bolígrafos, marcadores, tijera, pega y material para recortar (revistas, periódicos, libros, telas, etc.) bastan para hacer diseños que en nada son inferiores a los digitales. Como vemos, las «desventajas», antes que ser tales, funcionan como resortes que dinamizan el ingenio en pro de la imaginación.
A modo de ejemplo, y disculpándonos de antemano por la posible fanfarronería, contaremos cómo sorteamos dos de estos problemas.
Para la primera edición laralaliana no contábamos con una grapadora de largo alcance y, por puro capricho, queríamos que llevara grapa en el medio, en el «lomo». ¿Cómo hicimos? Literalmente manos a la obra: con las uñas sacamos cada grapa de su caja y la introdujimos en los orificios previamente abiertos con alfileres; luego, con dedos y cuchillo la cerramos para que sujetara lo mejor posible.
Ahora bien, ¿esto era realmente necesario? Por supuesto que no; como acabamos de decir, esto fue solo para cubrir un capricho. Un
fanzine puede ser perfectamente una, dos o tres hojas plegadas y ya, sin costura, sin pegamento, sin grapa. De hecho, el primer
fanzine que tuve en mis manos fue así: dos hojas tipo carta dobladas a la mitad.
El otro caso. Para la primera edición del 2008, en enero, no pudimos usar computadora. Conscientemente quise aprovechar la situación, teniendo presente la importancia del recorte-y-pega como condimento en la creación de las ediciones. Apelamos entonces a las revistas, periódicos, papeles de viejos trabajos o que son desechados en una oficina, y por supuesto, también a la tijera y la pega. Fue así como construimos el Laralalá #5, y en perjuicio de otras ediciones, debo decir que es una de las que más ha gustado.
La creación de
fanzines, ediciones artesanales y, en general, la puesta en práctica del famoso
hazlo tú mismo deviene siempre en una toma del poder de la palabra. Esto se suma al hecho de que nos permiten dar a conocer a los poetas que queremos, los cuentistas que queremos, los dibujantes que queremos, los fotógrafos que queremos, las voces que queremos; podemos proponer nuevas lecturas ampliando el horizonte que aparecía unívoco y que ahora puede revelarse en toda su dimensión polifónica.
Para terminar, vuelvo al tema de las
distro. Y es que, a nuestro juicio, necesitamos constituir una comunidad de fanzineros y editores alternativos, si no nacional, al menos a nivel de ciudades, que podamos encontrarnos y proponer actividades en conjunto y sin duda alguna la
distro aparece como un eje de donde deberían salir proyectos que vayan a la par de las ediciones. Todo esto con el fin de continuar adueñándonos de la palabra.
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NOTA:
[1] Término que tal vez habría que revisar, después de todo, ¿no es la misma cultura oficial la que genera esto que llamamos cultura alternativa al ser incapaz de satisfacer todas las demandas?
Miguel Ángel Hernández